13 agosto 2022

Me decían que tenía que olvidarme de ti

Me decían que tenía que olvidarme de ti.
Pero yo era incapaz de entender eso.
¿Olvidarme de las cosas bonitas que he vivido?
Me sonaba un poco raro.
Lo de flashearme como en Men In Black para borrarte de mi memoria no lo veía claro.
Quizás era cabezonería, quizás masoquismo, quizás todavía te tenía atravesada en la tráquea y, claro, cuando no respiras bien, tampoco se piensa con claridad.

No lo sé.

Lo que tenía claro era que no quería olvidarme de ti.

Que solo era cuestión de tiempo, aprender a quererte de otra forma, no necesitarte, no imaginarte en mi vida como eras antes. En definitiva, llevar tu imagen a otros lugares de mi pensamiento.

Pero, ¿olvidarte?

No.

Los recuerdos bonitos, como los paisajes, bien ordenaditos en los archivos de mi memoria.

06 agosto 2022

Sin miedo a existir

Y de pronto, sentí una fuerza tremenda que me incitaba a abrazarte.

Era algo tan potente, tan desconocido.
Algo que me extrañaba mucho, pues siempre habías estado ahí y nunca había sentido esa sensación.

Estabas enfrente, como si fueras yo, sin serlo, con mi misma cara, mismos ojos y esa mirada de deseo mutuo de abarcar ese cuerpo hasta donde lleguen los brazos.

Ese espejo me estaba devolviendo magia, cosas que nunca vi.

Pero la sensación era clara y concisa.
Necesitaba pedirte perdón, sofocar tu llanto, aliviar tu ira, ser refugio y también baile, ser la experiencia que cambie y remueva las calles.

Ser cómplice de todos esos detalles, colonizar tu mente insobornable.
Quería sentir tus escalofríos, tan conocidos, en otra piel distinta.
Quería dejar de ser fugaz en un espejo para ser realidad todos los días.

Solo quería verme bien, que esos ojos mueran por vivir, que les acompañe hacia esos lugares donde seremos lo que somos sin miedo a existir.

31 julio 2022

Esta vez sí me iba a dejar llorar

 

Y lloré.

Lloré como llora un niño pequeño en la oscuridad de su cuarto por la noche.

Ese berrinche repentino no era esperado, me sorprendió tanto que, una vez comenzaron a caer las lágrimas por mis mejillas con barba y a emitir unos sonidos que recordaba muy a lo lejos a mi yo de ocho años, me esforcé.

Me esforcé en gritar, en exprimir el lagrimal hasta sacar todas esas lágrimas apoltronadas allí durante siglos, en sollozar sin consuelo como hacía ese niño.

No era para tanto.

Pero era demasiado lo que no me había permitido llorar.

Era volver al origen.

Ese lloro se expandió por mi cuerpo. Mi mandíbula lloró dolor, mi garganta lloró arcadas, mi pecho lloró mucha rabia, mi estómago lloró ira, miedo y culpa.

Esos cinco minutos fueron alojarme en el Nirvana, fueron como volver a nacer de nuevo, fueron reset, fueron recordar otros "Adris" para dar paso a alguno nuevo.

Estaba solo y nadie podía decirme la mítica frase "no llores".

Y menos mal, porque esta vez me iba a rebelar contra el mundo y sí me iba a dejar llorar.