07 febrero 2020

Cuarenta horas




Ahí estábamos, en esa cama, con "R" de reconstruyéndonos.

Embobados, con cara de idiota, con los pelos del brazo viviendo al límite.


Haciendo magia con la yema de los dedos. Compartiendo horas, miradas, saliva.


Siendo Biodramina para los mareos, el paracaídas que nos tranquiliza el vértigo. Y si me tengo que tirar, me tiro. Sin ruido, sin miedos.

Hemos ionizado la habitación y el alma. Nada puede salir mal. Sobre todo si las manos nos acarician la espalda, si tus dedos me masajean la sien, si te abrazo y te traspaso todo lo que tengo dentro.

Eres como una pequeña revolución en un mundo plano. Y yo ansío un poquito de rebeldía. Rebeldía plasmada en esos ojos descarados, en tu sonrisita picarona cuando estamos desnudos.

Las ganas que nos tenemos no las podemos contar, no las vamos a saber explicar. Yo las escribo a ver qué pasa, pero ni las letras de gallina se parecen a mi piel mientras me besas en el cuello.

Cuarenta horas son pocas, ya nos hemos dado cuenta. Y dormir quedó en segundo plano, o tercero. ¿Y qué más necesitamos si nos tenemos los dos, cerveza y Lacasitos?

¡Que desaparezca el mundo! Yo me quedo aquí encerrado, condensando el aire de esta casa, con Coldplay, U2 y Radiohead en bucle, con tus pelos perdidos encontrados colgados en mi hombro.

Planeando la huida para vivir inmersos en estas cuarenta horas. Exponiendo nuestros cuerpos al sol, fotosintetizándonos. Esnifándonos los cerebros hasta quedarnos en blanco, sin pensar, sólo disfrutándonos.

Y si esto es locura, ¡que me encierren de una vez!

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