Que al final no era mi barba la lija, sino esos besos que debí haber cogido con pinzas, que tus halagos eran de corcho y pesaban miligramos, que las palabras son humo cuando los hechos son montañas de miedos.
Tus miradas de cuento, puro cuento eran. Yo, que quise esforzarme más que nadie y salí de rodillas y por la puerta trasera. Que contigo pinché en hueso y me deshice en cada beso, besos que sabían bien, pero al final se me hicieron bola.
Me dejaste cadáver y te oigo en ‘La Lluvia en los Zapatos’. No me gusta fingir y, como diría el desaliñado que canta, me siento tan estúpido apagando nuestro incendio...
Al final el hilo rojo se rompió de tanto que estiramos, para convertirme en juguetito roto, de usar y tirar. Como si me hubieras pasado por encima y sólo dejaras en mí tu ropa de mentira.
Pero llegó septiembre, y al menos me di cuenta que las cosquillas en el cuello el que mejor me las da soy yo.