Volvería una y otra vez
a despeinar tu universo, a jugarme la vida en cada una de las causas perdidas.
Trato de llevar a cabo
un suicidio de piruletas coloridas.
Aunque me rompa en dos
en cada despedida, aunque tenga el pecho abierto y carcomido.
Espero impaciente que
algún día salga la luna, acostumbrada ella a perder las bragas en las noches
roídas.
Me tomo a broma los
cambios de ciclo obligatorios, los que nadie te pregunta y te hacen morder el
polvo.
Volveré a izar la
bandera de los valientes insensatos, y me haré daño, me volveré a hacer daño.
No, no me apetece cerrar
las ventanas y las persianas.
Yo, que le pillé el
gustillo a eso de estar entre la espada y la pared, a cortar las flores con un
machete, a pillarme los dedos en todas las puertas, a cercenar mis ilusiones
con la facilidad con que me dejo caer y me creo mis mentiras.
Yo, a mí, que me van
solos los pies y luego me pica el alma, que antepongo vivir soñando a dormir,
que tengo el arte de destruirme por dentro como si nada pasase por fuera.
No me guardo las
miradas, ni la boca con la que robo los besos. Quizás arrastro el corazón más
de la cuenta, pero no me importa una mierda.
No me importa una mierda
porque siento, y la vida consiste en eso, aunque sientas en carne viva.