Trato de
prestarme atención.
A día de hoy, si hay algo que me decepciona conmigo mismo, es el fatídico
momento en el que me doy cuenta que no me he prestado atención durante
demasiado tiempo.
Cuando un dolor se hace persistente en cualquier parte del cuerpo.
Cuando una preocupación se enquista en el acantilado al vacío que tengo en el
estómago.
Cuando los nervios se tambalean y tratan de equilibrarse torpemente en la zona
resbaladiza de mis preocupaciones de siempre.
Cuando no leo.
Cuando no escribo.
Cuando se me olvida a qué huele un bosque y las montañas quedan demasiado
altas.
Cuando mi cuerpo se hace pequeñito y frágil.
Cuando el silencio se esconde entre tanto ruido ensordecedor.
Cuando he puesto el piloto automático y las vulgaridades diarias pasan por
encima de mis líneas rojas vitales.
Sin darme cuenta, casi por sorpresa, desaparezco del mapa y ya no soy yo, sino
un cuerpo enclenque que vaga sin mirada en un mundo bañado por todos los tonos
grises.
Detener la vida, mirarme fijamente, ser consecuente y escribirlo es el mejor
antiinflamatorio.
Todavía estoy aprendiendo a vivir.