Vuelvo
a coger el lápiz,
como si
de un acto de valentía se tratara,
aunque,
más bien, podría ser puro masoquismo.
Me
siento como cuando veía tu moño alejarse entre la multitud,
pero
ahora no hay nadie,
solo
tú, dejándome atrás.
Ni
siquiera existe esa sonrisa cómplice al girarte,
que me
tranquilice.
Nada.
Y aquí
me encuentro,
contándole
mis miserias a esta libreta de papel reciclado,
hablando
de tú a tú,
de
basurilla a basurilla.
Se me
apaga la estrella
y me
recorre un escalofrío de cuello a rabadilla,
que me
advierte que,
sin
darme cuenta,
las
noches
se han
convertido en eternidad
y los
días
en un
completo sinsentido.